En África, aunque sean muy pobres, se saben los cuentos más bonitos del mundo. Sin punto de comparación con los cuentos europeos, que a mí me parecen insulsos, y sobre todo, inverosimiles. Ningún niño africano se creería que un lobo se puede comer a una niña entera sin masticarla, o que un príncipe le dé un beso a una muerta y resucite. Menudo asco. Sólo por poder escuchar los cuentos que nos hablan de la lucidez de las viejas analfabetas que los narran ya merece la pena vivir en África.

Historia de Andria

Hace mucho mucho tiempo, en una lejana aldea a las puertas del desierto, una joven esclava fue comprada por un moro mercader de sal, que vino del norte. La llevó a su casa para el servicio doméstico, pues su mujer andaba mal de salud y necesitaba ayuda.

La esclava, que se llamaba Andria, en realidad era una princesa que había sido secuestrada en su infancia, y no tardó en ser apreciada por su discreción, sus buenos modales y su buen hacer en todos los trabajos que se le encomendaban.

Conforme pasaba el tiempo, David, el hijo del mercader, se fue enamorando de ella. No fue un amor pasional, porque al principio la menospreciaba por ser esclava. Pero cuando la fue conociendo compendió que Andria era la joya más valiosa de la casa.

No tardo mucho el joven en encontrar la ocasión de declararle su amor, a lo que ella respondió que también lo amaba, desde el primer momento en que lo conoció, y que su sufrimiento era infinito al verse desdeñada por ser esclava y negra.

Sabiendo ambos que los padres del joven jamás transigirían para permitirles casarse, trazaron un plan.

El dinero que le daban a Andria para comprarse ropa y perfumes lo guardaría. Y él trabajaría duro y ahorraría todo lo que ganase. Estaban dispuestos a esperar años si era necesario, y en un solemne acto, se juraron amor eterno y fidelidad.

Unos años después, cuando ya disponían de una considerable suma, encontraron la ocasión en la que el padre de David tenía necesidad de dinero.

Siguiendo el plan, David le sugirió a su padre que como apenas tenían para comer, vendiese a Andria, de forma que pudiesen superar las penurias. Todo el mundo en la casa se puso muy triste, porque Andria era muy querida. Pero pasados unos días sin haber encontrado otra solución, el mercader le pidió a Andria que lo acompañase al mercado, lo que ella aceptó, simulando estar triste para que nadie se diese cuenta del plan.

Una vez llegados al mercado, un amigo de David se presentó y compró a Andria con el dinero que la pareja había ahorrado, llevándosela atada con una cuerda para que nadie sospechase. Ni que decir tiene que en cuanto doblaron la primera esquina se encontraron con David, que desató a Andria, y le prometió que jamás volverían a separarse. Sin dejar de abrazarse, se montaron en su camello y se instalaron en un pueblo cercano.

Cuando el mercader comprendió lo sucedido, enfureció, pero siendo David su único hijo, decidió perdonarles y pedirles que volviesen a casa.

Pasado un tiempo, Andria fue a ver a un marabú, algo así como un chamán, para contarle lo desgraciada que era y pedirle ayuda, porque su suegra le hacía la vida imposible. Le mandaba los trabajos más duros y la seguía tratando mucho peor que cuando era una esclava.

El marabú le dio una pócima y le explicó que era un veneno que actuaba lentamente, para que tuviese una muerte lenta y dolorosa.  Pero le puso una condición. Para que nadie se diera cuenta, tenía que tratar a su suegra con mucho cariño y prepararle comidas muy ricas, en las que pondría el veneno cada día. Era muy importante, le dijo, que le muestres constantemente agradecimiento que parezca sincero, que le preguntes si se encuentra bien o qué puedes hacer para ayudarla. Coge sus manos entre las tuyas y la miras a los ojos mientras le sonríes.

Pasados dos meses, Andria volvió a ver al marabú. Le contó que su suegra se estaba muriendo, que durante un mes le dio el veneno, pero que dejó de dárselo, porque su suegra había cambiado de carácter y había empezado a tratarla con respeto y cariño. Por nada del mundo Andria quería que se muriese la madre de su marido. Durante un tiempo soñó ser la dueña de la casa, tener ella el poder, suplantar a la viaja mora, pero ahora solo pensaba en buscar la forma de que se curase, ayudar a quien de hecho ya consideraba como su madre. Pero dos semanas después de dejar de darle el veneno, que como ya sabemos era de efecto retardado, la suegra empeoró.

El marabú, que había escuchado atentamente, le dijo que lo que le había dado no era un veneno, que era una vitamina para combatir la malnutrición, ya que habían pasado una época de penurias y estaba mal alimentada. Querida Andria, le siguió explicando, los marabús no recetamos venenos, ni medicinas, a no ser estas vitaminas o unas hierbas para el ardor de estómago. Los marabús somos médicos del alma, y el alma que yo he estado curando no es la de tu suegra, sino la tuya, que estaba cegada por el rencor porque habías sido su esclava. Toma este frasco de vitaminas y vuelve a casa. Prepararle una sopita, cógela de la mano y dile que la quieres. Y veras como a partir de ahora la salud y el amor volverán a reinar en vuestra casa.