Enfoque del cultivo.

La maralfalfa es un cultivo extremadamente productivo, lo que implica que a su vez es muy extractivo. Se requiere un cálculo preciso de todos los factores que inciden en el mismo  para conseguir que exprese todo su potencial. Como todos los cultivos intensivos, no es tolerante a  errores de ningún tipo,  presentando con frecuencia abruptas caídas de la producción que no siempre son fácilmente comprendidas. 

Una plantación puede ser grande, pequeña, o muy pequeña. Pero siempre tiene que ser intensiva si queremos  conservar el planeta. La ecuación es simple : cuanto menos espacio ocupemos para la misma producción, menos impacto produciremos.

 

Hierba con 60 días y mas de 2 metros de altura que nos produce unos 100.00 kg ha.
Hierba con tres meses de la que seleccionamos esquejes para plantar.

 

 

 

 

 

 

 

Ha llegado el momento de que la alta tecnología salga de los invernaderos para incorporarse a cultivos que a priori se consideran  extensivos.  Al pensar en una hierba se nos puede venir a la mente una pradera que crece de forma natural en un clima templado húmedo, que ni se labra, ni se riega, ni requiere más mantenimiento que la adición en primavera de  unos pocos sacos de abono. Nada más lejos de la realidad. Se requiere  un profundo cambio de mentalidad donde la palabra extensivo deje de ser opuesta a intensivo y se asocie a bajos rendimientos.

Entrada a la finca.

La agricultura de precisión  es sin duda un gran paso en la agricultura sostenible, siendo su uso obligado si pretendemos reducir el empleo de agro químicos y la contaminación ambiental, y en el caso de la maralfalfa, limitar en lo posible el uso de insecticidas y herbicidas, y en general, cualquier producto de síntesis que no sea un nutriente.

 Desde el punto de vista ecologista,   ha primado la idea de que los agricultores que logran altos rendimientos lo hacen a costa de un alto impacto ambiental.  El uso de abonos agro-químicos y la tecnología que permite tomar decisiones basadas en datos – en la sociedad del conocimiento en que vivimos –  nos hace plantear, muy al contrario, el beneficio ecológico que comporta una buena utilización de recursos.  El verdadero impacto ecológico lo produce una finca que se labra, se siembra, se riega, se fertiliza abundantemente con estiércol (o con compost, que emite grandes cantidades de CO2) y apenas produce.

Por otra parte, el sistema basado en el uso intensivo de pesticidas ha quedado obsoleto. Si es inevitable su uso, lo haremos con los productos  específicos y cantidades mínimas. Es posible, y además es necesario, incrementar los rendimientos agrícolas sin renunciar a los beneficios de establecer prácticas sostenibles. En el caso de la maralfalfa, sólo ante la evidencia de que podemos perder el cultivo, estará justificado utilizar pesticidas. La maralfalfa se presta al manejo ecológico de plagas. En nuestro caso, además de estercolar abundantemente -para la maralfalfa el estiércol es el mejor de los insecticidas-   mantenemos abundantes flores en torno al cultivo, lo que facilita que los insectos depredadores generalistas  mantengan a raya cualquier tipo de plaga. 

Durante 6 años apenas hemos utilizado  insecticida: cantidades mínimas en el contorno de la plantación.  El año 2.020 ha sido muy lluvioso.  Las plantas con más de 50 días se infectaron de hongos, quedando la parte baja de la caña completamente negra, con el riesgo de segregar toxinas que  conlleva. Decidimos no realizar ningún tratamiento.  Al cese de la lluvias pasaron dos semanas calurosas, tras las que vino una plaga de chinches que tampoco tratamos.  Las medidas ecológicas adoptadas para resolver ambos problemas fueron notablemente eficaces.  Las pérdidas globales fueron bajas si consideramos el conjunto del año. Apenas  perdimos 10.000 kg, que dedicamos a compostar.   Buena parte de nuestro trabajo consiste  en el manejo ecológico de plagas y enfermedades.

El neen es un buen insecticida, tanto el fruto como las hojas. El fruto lo molemos con la batidora y lo congelamos para conservar sus propiedades. Rara vez lo usamos, porque mata tanto a insectos plaga como a sus depredadores.

La palabra pesticida, tiene muy mal nombre, en buena parte merecido. Pero las cosas han cambiado mucho desde que en los años 50 del siglo XX se generalizó su uso. Lo que ayer era la norma, hoy está prohibido. Queda ya excluido el exterminio de todo bicho viviente con productos genéricos. Pero por el momento su uso es obligado en la mayoría de los cultivos, siendo la maralfalfa una excepción. Por el momento  los pesticidas son un buen  aliado para un desarrollo sostenible de la agricultura a medio plazo, siempre pendientes de nuevas  tecnologías que sigan ayudándonos a reducir su uso.

La morenga captura nitrógeno atmosférico, es rica en proteína para el ganado y tiene abundantes flores.

Nosotros, a la caña (semilla) que vendemos para plantar, la limpiamos con agua ligeramente clorada y la tratamos con un insecticida genérico. Son cantidades ínfimas, y los beneficios ecológicos  son enormes. La salud de la maralfalfa se basa en que la cortamos cada poco tiempo y en tener una fauna muy diversa que mantiene el equilibrio entre depredadores y presas.

Pero la caña  cortada para plantar, rica en azúcares y proteínas, con brotes frescos, es una verdadera golosina para los insectos, que de hecho se incorporan en el momento del corte. Si una finca recién plantada se infecta  y hay que replantar, el coste económico y ecológico es grande. Y lo que es peor,  corremos el riesgo de introducir  “nuestros” insectos en un terreno que quizás este a cientos  de km y donde, no lo sabemos, al ser  especies foráneas, puede que se comporten como plaga, en otros cultivos de otros lugares adyacentes a la maralfalfa,  cuando para nosotros pasan desapercibidos.

La agricultura del futuro, basándose en el conocimiento,  tiene que cumplir por tanto una triple función; fomentar la vocación de cuidar el medio ambiente,  garantizar la nutrición de toda la población creciente en el tercer mundo y como no, capturar CO2 atmosférico. Ni que decir tiene que para que un proyecto sea  sostenible debe de ser rentable y cumplir una función social. La maralfalfa, al ser tan productiva,  se presta a ser cultivada tanto en  pequeñas como en grandes extensiones, por lo que es un cultivo socialmente inclusivo.

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